Los primeros rayos del sol, descubrieron la nívea blancura con la que
apareció el idílico pueblecito, como recién pintado, cubierto con un espeso
manto de nieve que durante toda la noche había ido cayendo en un silencio
absoluto, apenas roto por el sutil canto de algún ave delos corrales y del
bosque próximo, que yacerca del alba, avisaban a los vecinos de que un nuevo
día comenzaba a clarear.
Enclavado en un largo y fértil valle, entre montañas de un gris azulado,
cubiertas ahora de nieve, estaba recorrido por un río, ahora caudaloso por el
deshielo, que lo bordeaba de este a oeste, y que brillaba de una intensa manera
al amanecer, cuando el astro rey lo recorría con sus cálidos y luminosos rayos,
que poco a poco se extendían por los bosques aledaños que cubrían las laderas
del frondoso valle.
Comenzó a despertar la primera actividad en el pueblo, cuando el sol se
encontraba en los riscos más altos que como centinelas, parecían estar siempre
vigilantes en defensa de los ciudadanos, atentos siempre a sus movimientos
durante el día y a velar su tranquilo sueño durante las largas noches del
invierno, que acababa de comenzar.
La pequeña villa, más bien una aldea, con unos pocos centenares de habitantes,
disponía sus calles en círculos, alrededor de la plaza, dónde se situaban los
edificios más representativos, como el ayuntamiento y la iglesia, así como la
panadería, la carnicería, y una tiendecita de ultramarinos.
En las afueras, junto a una amplia pradera, dónde en tiempos no muy
lejanos se llevaron a cabolas labores de trillado de los cereales, se situaba
una preciosa escuela donde los niños y niñas más pequeños pasaban sus días,
aprendiendo las primeras letras, al tiempo que disfrutaban de unos alegres
recreos en el verde y aledaño espacio del que disponían, ahora cubierto de
nieve.
La vida discurría sin prisas en el tranquilo lugar, más aún en invierno,
cuando las labores del campo se ralentizaban en gran medida. Las gentes se
dedicaban ahora a cuidar a los animales y a mantener las huertas que poseían la
mayoría de sus ciudadanos, y que más adelante les proveería de verduras, frutas
y hortalizas, que recogerían en su momento.
El resto del tiempo, transcurría con la lentitud y tranquilidad propias
de los pueblos pequeños, paseando por los caminos, sendas y veredas, que
generalmente llevaban a los bosques, que durante casi todo el invierno estaban
cubiertos por el blanco manto, y desde donde se visualizaba el pueblo hundido en
el valle, como si de una postal se tratara, con el río rodeándolo como en un
abrazo protector.
Por las noches, cuando las temperaturas bajaban a niveles muy bajos, a
los que ya estaban acostumbrados, las sencillas gentes se apostaban al amor de
la lumbre baja, atizando los rescoldos quela leña iba depositando y que después
servirían para llenar el brasero que a la hora de la cena se colocaría debajo
de la mesa en el agujero para él dispuesto, y que proporcionaría un agradable,
delicioso y acogedor calor, que toda la familia agradecía y disfrutaba con
fruición.
O salían al único bar del pueblo, a charlar con los vecinos mientras tomaban
unos vinos o echaban una partida de cartas, mientras fuera, en las solitarias
calles, la nieve seguía cayendo con una regularidad tal que hasta podrían
contarse los gruesos copos que caían mansamente para depositarse en el suelo en
completo silencio, como si no quisieran molestar a unos ciudadanos
acostumbrados a este bello y níveo espectáculo que año tras año jamás faltaba a
su cita invernal.
En la pequeña escuela, los niño y niñas, en un número que apenas superaba
la decena, pasaban el día con las mesas dispuestas en arco, en torno a una gran
estufa de leña situada en el centro, suficiente para caldear el aula, con el
maestro presidiendo tan peculiar grupo, con el encerado detrás de él, donde les
ponía los trabajos a llevar a cabo, y adonde salían los alumnos cuando así eran
requeridos para resolver las cuestiones planteadas.
El recreo, tan anhelado por los pequeños, se desarrollaba en las eras que
rodeaban la escuela, ahora cubiertas de nieve, con un alborozo nada simulado,
lanzándose bolas de nieve los unos a los otros, que impactaban en sus cuerpos,
mientras lanzaban gritos de alegría, auténticos combates en los que en ocasiones
participaba también el maestro, una buena persona, ya mayor y muy afable,
respetado y querido por sus alumnos y muy estimado y considerado en el pueblo.
Un día, decidieron todos de común acuerdo hacer un muñeco de nieve. Lo
harían grande, muy grande. Buscaron una piedra de generosas dimensiones, que la
harían rodar desde la parte más alta de las eras, hasta la escuela, que como
estaba al final, en la parte llama, permitiría disponer de toda la pradera que
estaba en cuesta abajo, en un plano inclinado ideal para tal fin.
Todos se pusieron a buscar por los alrededores. Al cabo de un rato,
fueron regresando. Todos trajeron alguna piedra, aunque no todas reunían las
medidas necesarias ni alcanzaban el tamaño en el que habían pensado. Al fin,
llegó una de generosas dimensiones, que seguro cumplía las exigencias mínimas.
La encontraron junto a un seto de piedra donde había varias caídas en la
hierba.
No perdieron el tiempo. Se dirigieron a la parte más alta de la pradera,
y desde allí, comenzaron a rodarla ladera abajo. Pronto necesitaron colaborar
todos, turnándose en dicha labor, ya que no tardó en alcanzar un buen tamaño de
tanta nieve como se iba acumulando, hasta alcanzar un considerable tamaño al
llegar a la altura de la escuela, dónde la colocaron frente a la misma para que
el muñeco fueravisible desde el interior.
Ya tenían el cuerpo, y ahora se disponían a preparar la cabeza, para la
que dispusieron una piedra más pequeña, con la que llevaron a cabo la misma
labor. Una vez la tuvieron preparada, la colocaron encima del cuerpo, cuidando
de que quedara a él bien unida, y que el viento no la pudiera derribar, algo
que consiguieron sin duda, y de lo que quedaron francamente satisfechos.
Consiguieron un sombrero de paja y una bufanda, que completó la imagen
que perseguían, y que completaron con los ojos, la nariz y la boca, que llevaron
a cabo mediante las piedrecitas adecuadas a tal efecto, con lo que quedó
terminado, a expensas de que la baja temperatura lo mantuviera intacto, algo
que parecía estar garantizado por el momento, así como el respeto a la
integridad del mismo, algo que todos velarían por llevarlo a cabo.
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