La pesadilla
La ciudad amaneció
desierta. Las avenidas, calles y plazas, despertaban al nuevo día sin el menor
atisbo de movimiento. Sin tráfico, ni peatones, ni ruido alguno, como si toda
la vida hubiese huido, hubiese desaparecido de la gigantesca urbe, siempre tan
bulliciosa y con una dinámica tan trepidante, que automóviles y gentes se
confundían en sus calles como si de una única masa se tratara.
Apenas el
nimio, mínimo y ahora tímido piar de los pocos pájaros y contadas aves, antes
tan sonoros en su ajetreado luchar contra el ruido de la gran ciudad, se
dejaban oír con una sutileza y una levedad que los hacía irreconocibles, como
si se hubiesen dado cuenta de que algo extraño, desacostumbrado, e insólito
estuviera aconteciendo en un mundo que ya no parecía el suyo.
Hasta los
árboles que poblaban los paseos y bulevares, parecían conscientes de que algo
inusual y distinto sucedía ese extraño y silencioso día. El viento pareció
contagiarse de ese ambiente, hasta el punto que apenas sus hojas parecieron atreverse
a susurrar un mínimo bisbiseo, antes tan sonoro y cantarín, y ahora en un
ligero y levísimo arrullo, casi imperceptible.
No se
percibía movimiento alguno en los edificios. Ninguna ventana abierta, ningún balcón,
terraza, mirador, galeríao azotea, denotabaque la vida seguía aún allí, en las viviendas,
en las casas, en sus estancias que ahoraparecían desiertas, sin aparente rastro
de vida, cuando a estas horas, una febril actividad bullía por todas partes
Mientras
tanto, el sol comenzaba a destacar por el horizonte, y las puertas de acceso de
los inmuebles, de las fincas, de los portales, los garajes, las estaciones de
tren, metro y autobús, aparecían desiertas, algo inusual, fuera de lo habitual
y cotidiano, lo que resultaba insólito y sumamente sorprendente.
Sin embargo,
los ciudadanos estaban ahí, en sus casas, sin atreverse a abrir las ventanas,
ni dejar penetrar un mínimo rayo de luz que alegrase unas habitaciones sumidas
en la penumbra y dónde sus ocupantes parecían sumamente ocupados y preocupados
por mantenerse alejados de cualquier resquicio o transparencia que pudiera
permitir adivinar lo que sucedía tras los muros de su vivienda.
Pendientes
del televisor, todos los miembros seguían los comunicados que los
representantes del gobierno emitían continuamente, conminando a la población a
encerrarse en sus casas, con las ventanas y balcones cerrados, sin intentar
salir, bajo amenaza de arresto inmediato, algo que sorprendía profundamente,
por el hecho de que la ciudad estaba absolutamente desierta sin que ninguna
fuerza de orden público se hiciera visible de forma alguna.
Los medios de
comunicación, salvo un único canal de televisión, y unos números de teléfono
que repetían durante las veinticuatro horas, para urgencias extremas que serían
atendidas por fuerzas del ejército, que se ocuparían de la emergencia, si así
lo consideraban necesario, aunque nadie podía percibir movimiento alguno en las
calles.
Pero no era
así. Ocultos en los lugares más inesperados y recónditos, día y noche se
hallaban apostados los militares, que solamente abandonaban su posición en caso
de extrema necesidad o de posibles alteraciones del orden público provocado por
los ciudadanos que no respetaban el estado de sitio establecido y eran
apresados de inmediato sin contemplaciones de ningún tipo.
La emisión de
televisión se suspendió de improviso, dando paso a un al presidente del
gobierno, que con gesto severo y voz firme, proclamó el fin del estado
democrático que regía en el país, y que hizo extensivo al resto del mundo. La
humanidad como tal, gobernada porseres humanos, había llegado a su fin. El
estado social y de derecho, desaparecía para siempre. Nada quedaría del estado
de bienestar, que se derrumbaría como un castillo de naipes.
Seres de
otros mundos habían contactado con todos los gobiernos. Exigían de inmediato,
previa espantosa demostración de sus inmensos poderes bélicos, la entrega del
poder de todos los gobiernos del planeta Tierra. Ellos establecerían un único y
despótico gobierno de alcance mundial, que no permitiría ninguna de las
libertades hasta ahora disfrutadas por los ciudadanos del mundo.
Nada sería
igual a partir de ahora. Nos convertiríamos en esclavos de una civilización de
otra galaxia. Seres que no permitirían ninguna de las libertades disfrutadas
hasta ahora por la inmensa mayoría de los países, que gozaban de una democracia
avanzada. El mundo, tal y como lo han lo habíamos conocido hasta el presente,
había tocado a su fin.
Así terminaba
el último capítulo de la famosa serie que había tenido en vilo a millones de
espectadores en medio mundo. Las audiencias denotaban que el éxito había sido
total. Millones de personas habían llegado a confundir la ficción con la
realidad, ante la pasmosa y escalofriante narración de los hechos, acompañados
de unas soberbias imágenes genialmente filmadas por especialistas en el tema,
que lograron impresionar profundamente a una población que vivió literalmente pegada
al televisor mientras duró la emisión de la serie.
Satisfechos
unos, y desencantados otros por un final que algunos juzgaron previsible y
otros justamente lo contrario, los ciudadanos buscaron el cobijo de sus
estancias para descansar, a la espera del día siguiente, que amaneció oscuro y
silencioso, como jamás habían contemplado, cuando al abrir ventanas y balcones,
elevaron la vista hacia un cielo cubierto totalmente por gigantescas naves que
emitían un intenso zumbido, ante el asombro y el estupor de unos ciudadanos,
que no daban crédito a la pesadilla que se avecinaba, que contemplaban sus
apesadumbrados ojos.
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