Le decían, ya
queda menos para que cumplas un añito más Pronto tendrás tus juguetes. Y eso le
colmaba de felicidad. De una alegría e ilusión contenida que a todos admiraba.
Los juguetes eran su pasión.
Su espontánea y
tierna actitud ante el juego, tenía sorprendidos a sus padres, que veían en
ella a una delicada y preciosa niña, con una especial sensibilidad, capaz de
esperar pacientemente el día de su cumpleaños.
Todos los años
se había mostrado así, con una tranquila emoción que estallaba el día elegido.
Disfrutaba de una forma sorprendente con cualquier juguete. Incluso con los más
sencillos.
El juego para
ella, era una actividad que la llenaba de una felicidad y de un gozo que a todos
sorprendía, pues era capaz de convertir en mágico y enormemente divertido el más
sencillo de los regalos.
Sus padres y sus
abuelos le habían preparado los juguetes con un especial mimo. Ella conservaba
siempre los del año anterior, que aunque se los retiraban cuando recibía los
nuevos, siempre tenía alguno favorito que buscaba y lograba encontrar, allí
dónde sus padres se los guardaban cuidadosamente.
Por fin llegó el día tan esperado. Apenas se
levantó, los padres y los abuelos, ya estaban dispuestos para felicitarla y
cubrirla de besos. Estaba radiante, feliz, ilusionada. Era su día.
La familia se dirigió
con ella al salón, y se situaron a su alrededor, expectantes, plenos de una
contenida emoción. De improviso, los abuelos abrieron el círculo, se separaron
del resto, y, sorpresa: un montón de juguetes aparecieron como por encanto.
Muñecas,
casitas, peluches y otros muchos juguetes multicolores, unos estáticos y otros
en movimiento danzando y bailando, aparecieron ante la niña, que con los ojos
muy abiertos y las manos en la cara, lloraba y reía a la vez.
Sus ojitos
desorbitados miraban nerviosamente de un lado a otro, girando su cabecita a
izquierda y derecha, siguiendo la trayectoria de los muñecos andantes y
bailarines que giraban y giraban a su alrededor.
No se decidía.
Trataba de atrapar a uno de los ositos danzantes y al momento se volvía hacia
una preciosa muñeca que le hablaba con insistente y repetitiva dulzura con un
mensaje inaudible entre el barullo general que dominaba el circo multicolor.
Volvía su carita
hacia su familia sonriendo nerviosa, interrogándoles con la mirada qué decisión
tomar.
A continuación
volvía la vista sobre el montón de juguetes donde descubrió algunos sin abrir,
envueltos primorosamente y rematados con un encantador lacito.
Se dirigió hacia
uno de ellos y lo desprendió con un ligero toque de sus deditos para descubrir
una linda muñequita que la miraba fijamente.
Pronto descubrió
otro paquete, este mucho más grande, el mayor de todos y de vivos colores.
Desató el lacito y, oh sorpresa, un encantador osito, blanco como la nieve
surgió como por encanto de su encierro de cartón.
Lo tomó en sus
brazos, lo besó y acarició para depositarlo después en el suelo. Se quedó
observando de nuevo el jolgorio general orquestado a su alrededor. Nada quedaba
por abrir, nada por mirar.
No sabía por
cual decidirse. Seguía a uno, tocaba a otro, acercaba sus manitas a los
juguetes bailarines que se le escapaban danzando en otra dirección.
Ninguno parecía
convencerla. Le era imposible decidirse por uno de ellos. Miraba y miraba
girando nerviosa y rápidamente su carita hacia sus familiares que con una
contenida emoción la seguían con la vista, hasta que de pronto, su cara se
iluminó.
Entre la
multicolor montaña de papel de envolver
que se había formado, apenas aparecía una caja, ni grande ni pequeña, con apenas
unos pocos dibujos, algo arrugada y
doblada, como encorvada y colocada en una posición inestable sobre una
de sus machacadas esquinas.
Algo le atrajo
de esa caja. Era diferente a las demás, pero era una caja que para ella parecía
tener un poderoso atractivo. Exhibiendo unos nerviosos grititos, con pasos
decididos y tan rápidos como inseguros, hacia ella se dirigió.
Colocó sus leves
manitas sobre el paquete de cartón y lo empujó. Al comprobar que se movía, que
respondía a sus deseos, continuó impulsándolo hasta extraerlo del montón de
papeles de colores que salieron despedidos hacia los lados.
Qué
exclamaciones de satisfacción, qué alegría desbordada, qué placer comprobar que
controlaba y dirigía el movimiento del cartón alrededor del montón de juguetes
ahora olvidados.
Cómo lucían sus
ojitos convertidos en dos puntitos luminosos abiertos al compás de su boquita
que gritaba de gozo y satisfacción.
Lo movía, lo
paraba, lo giraba y lo volvía a empujar. Y así una y otra vez, hasta colocarlo en una inverosímil posición
que deshacía alegre y contenta, para volverlo de nuevo a su posición inicial.
Diríase que
había descubierto su juguete ideal. El más preciado para ella. El juguete que
le hacía más feliz. Su juguete de cartón.
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