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La guarida de los lobos

               Aquella enigmática y misteriosa casa, había despertado en la gente del pueblo, distante apenas un par de kilómetros, todo tipo de sensaciones, basadas en la intriga que el desconocimiento de la misma y su ubicación, despertaba sobre todo en los más pequeños. Encajada en una quebrada entre dos montes, en un pasadizo o desfiladero natural, era visible desde la lejanía, que le otorgaba un aire espectral, con su imponente aspecto de construcción sólida y firme, con dos plantas dónde se abrían sendas filas de pequeñas ventanas que recorrían las cuatro fachadas, conformando una mansión de una perfecta y pétrea forma regular, recortada contra la soberbia montaña que se alzaba tras ella. Un pequeño camino de tierra, casi un senda, unía la casa con el pueblo, pasando a través del valle dónde estaba embutida, entre los montes que parecían custodiarla, cubiertos de encina y robles de un espesor tal que la luz apenas podía abrirse camino entre tanta espesura. Cuando la niebla

Santa Maria del Cerro

               La llegada del alba sorprendió al leve y solitario pueblecito, colgado en su pelado cerro, con sus gentes dormidas en un profundo sueño, a la espera de un nuevo día, que como todos, apenas les traería nada nuevo que destacar en sus rutinarias vidas, nada especial y distinto a los inmediatos anteriores. Santa María del Cerro, tomaba su nombre de la patrona del mismo, o quizás al revés. Era difícil precisarlo, pues los archivos tanto del ayuntamiento como de la iglesia, nada aclaraban al respecto, ya que apenas se retrotraían en el tiempo a unos insuficientes cien años. Los viejos del lugar, muy numerosos y con muchos años a sus espaldas, nada aportaban al respecto. Cada día se parecía al anterior como dos gotas de agua. Toda la actividad familiar se desarrollaba con la misma parsimonia habitual, sin alteraciones destacables, ni en el horario, ni en los trabajos diarios, ni por supuesto en las comidas, los descansos y las horas de ir a la cama y levantarse. Hacía rat

El pueblo fantasma

                 Acababa de terminar la carrera de magisterio, que le había llevado casi cuatro años de su corta vida. No sabría decir qué es lo que le llevó a tomar esa decisión. Quizás era demasiado joven para saber lo que más le convenía para su futuro, o quizás, simplemente, le había parecido que se trataba de una carrera corta, sin demasiadas complicaciones y para la que se sentía plenamente capaz. No ignoraba, no obstante, que aunque la posibilidad de que le dieran algún pueblo como maestro rural era bastante alta, ello conllevaba el hecho de que tendría que vivir lejos de su lugar de origen, de su pueblo, de su familia y de los muchos amigos que tenía, algo que no le seducía en absoluto. Por aquel entonces, cada pueblecito por pequeño que fuera tenía su escuela unitaria de enseñanza primaria. Es decir, una escuela para las niñas y otra para los niños. Esto le permitía pensar que podrían darle algún pueblecito o aldea situado en cualquier rincón de la provincia, pues por pequ

El juguete de cartón

                Faltaban pocos días para su cumpleaños. Apenas dos o tres, o quizás más, pero a ella eso le traía sin cuidado. No tenía claro el concepto del tiempo, así que disfrutaba cada nuevo día como si cada uno de ellos fuese una fiesta. Le decían, ya queda menos para que cumplas un añito más Pronto tendrás tus juguetes. Y eso le colmaba de felicidad. De una alegría e ilusión contenida que a todos admiraba. Los juguetes eran su pasión. Su espontánea y tierna actitud ante el juego, tenía sorprendidos a sus padres, que veían en ella a una delicada y preciosa niña, con una especial sensibilidad, capaz de esperar pacientemente el día de su cumpleaños. Todos los años se había mostrado así, con una tranquila emoción que estallaba el día elegido. Disfrutaba de una forma sorprendente con cualquier juguete. Incluso con los más sencillos. El juego para ella, era una actividad que la llenaba de una felicidad y de un gozo que a todos sorprendía, pues era capaz de convertir en mágico y

La sotana del diablo

Una aciaga mañana, de un hermoso e inmaculado día de invierno, amaneció el pequeño pueblo con un manto de nieve de un blanco purísimo que todo lo cubría. La pequeña y delicada escuelita, situada en un vieja casa de la plaza, permanecía ocupada por sus alumnos desde hacía ya un buen rato. Caldeada por la estufa de leña, con sus alumnos sentados en los pupitres, reposaban, la enciclopedia Álvarez, un cuaderno de dos rayas, el lápiz y el borrador, mientras la cartera descansaba en la cajonera. Los niños esperaban paciente y silenciosamente la llega del maestro. Un venerable y ya casi anciano maestro de escuela, que llevaba tantos años   allí, que sus recuerdos apenas le daban para cifrar el tiempo en una fecha exacta. Tanto tiempo hacía ya desde que llegó allí destinado desde un pueblo de una lejana provincia.   Las calles y los tejados de las casas del pueblecito ubicado en la meseta Castellana, así como la sierra tan próxima que casi se podía tocar con la mano, los campos y los pr

La casa del acantilado

Nada podía hacer presagiar esa clara, fría e incipiente mañana de invierno, los extraños y misteriosos sucesos que estaban a punto de desencadenarse en aquel paraje tan peculiar y solitario del Norte. Una vieja mansión se hallaba situada en el borde de los negros acantilados, dónde sólo las gaviotas con su eterno y rítmico graznido, parecían querer alterar la paz reinante. Las incansables aves, jugaban con el viento, en una ágil y graciosa maniobra, dejándose mecer por las suaves y en ocasiones impetuosas corrientes de aire, que las elevaban y las hacían descender, mientras giraban a un lado y a otro, en un vuelo elegante y natural para estas aves marinas, que desafiaban las leyes de la gravedad cruzando desafiantes la línea donde rompía la tierra firme y comenzaba el precipicio. El aire permanecía en calma y tan solo una ligera y agradable brisa procedente del mar, tan próximo y sin embargo tan distante al mismo tiempo, que casi podía rozarse con los dedos de la mano, lograba alte